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Fray Juan Bermudo: La Lucha de la Organología

"Apóstol del Conocimiento"

En los anales de la historia de la música española, pocos nombres resuenan con la mezcla de admiración y controversia que acompaña a Fray Juan Bermudo. Este fraile astigitano del siglo XVI no fue solo un organólogo pionero, sino también un incansable defensor de la enseñanza y difusión del conocimiento musical.

Su obra, Declaración de Instrumentos Musicales, publicada en 1555, marcó un hito en la musicología y en el entendimiento de los instrumentos de su época, pero su vocación pedagógica y su afán por democratizar el conocimiento lo hicieron blanco de envidias y críticas que lo persiguieron hasta sus últimos días.

El maestro perseguido

Para Bermudo, la música no era un mero arte, sino un don divino que debía compartirse. En una época en que los secretos profesionales eran custodiados con celo casi religioso, su postura resultó profundamente disruptiva. Él veía la enseñanza como un acto de virtud, como lo expresó en el prólogo de su obra al criticar a aquellos que acumulaban conocimiento sin compartirlo:

“Antes se quieren ir al infierno con todo ello, que comunicarlo en parte”.

Bermudo creía firmemente que las ciencias y las artes, lejos de agotarse al ser transmitidas, se expandían y florecían:

“Cuanto más se comunican, más se aumentan y manan, a manera de fuente. Nunca secaréis la fuente, por mucha agua que saques del río o del arroyo”.

Con esta filosofía, el fraile se posicionó como un verdadero apóstol del saber musical, enfrentándose a la tradición de hermetismo y exclusividad que imperaba entre los músicos y teóricos de su tiempo.

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La actitud de Bermudo no pasó desapercibida. En una declaración personal que aún hoy conmueve por su sinceridad, el fraile relató las dificultades que enfrentó por enseñar a otros, en particular a un carpintero, a construir instrumentos. Este acto, aparentemente simple, desató una serie de intrigas y acusaciones que lo pusieron en el ojo del huracán:

“Algunos (que me habían de servir) me han puesto mal con príncipes, que tenían voluntad y deseo de hacerme mercedes, y otros me tienen por enemigo, mayormente porque enseñé a un carpintero a hacer órganos*. Y otros han dicho y hecho tales cosas: que tener en ellas paciencia me será gran premio delante de Dios”.

*Imaginamos que la palabra órgano se emplea aquí en la acepción como sinónimo de “instrumento musical”

Estas palabras, recogidas de su propia pluma, revelan un hombre consciente de la hostilidad que sus acciones provocaban, pero dispuesto a soportarlas en nombre de un bien mayor. Bermudo se erigió como un “mártir” del conocimiento, atacado por aquellos que preferían mantener el monopolio sobre el saber musical. Su valentía no solo radicaba en sus aportes teóricos, sino en su convicción de que el progreso debía ser accesible a todos.

Adelantado a su tiempo

Fray Juan Bermudo no se limitó a describir los instrumentos de su época, sino que los imaginó desde el futuro. Su obra contiene propuestas que anticiparon desarrollos que solo se materializarían siglos después. Por ejemplo, fue uno de los primeros en hablar del temperamento igual, un sistema de afinación que no sería plenamente adoptado hasta doscientos años más tarde con Johann Sebastian Bach.

Además, recomendó el uso de trastes metálicos en guitarras y vihuelas, un estándar que hoy consideramos imprescindible, y describió técnicas para las manos que los pianistas modernos reconocen como básicas. También ideó un dispositivo, el “pañezuelo”, que no es otra cosa que el precursor del capotraste usado actualmente por los guitarristas. Su capacidad para anticipar necesidades y soluciones lo sitúa como un visionario, alguien que no solo entendía su presente, sino que soñaba con el futuro de la música.

Hoy tampoco sería del todo bienvenido

El afán pedagógico de Bermudo lo convirtió en una figura incómoda. Su deseo de “propagar el conocimiento y perfeccionar la música” se tradujo en una postura ética que desafiaba los intereses de quienes veían en el saber una herramienta de poder. Esta resistencia, sin embargo, no estaba exenta de espiritualidad. Para él, enseñar era un acto sagrado, una extensión del mandato divino de amar al prójimo. Su fe en la bondad del conocimiento compartido contrasta con la mezquindad de sus detractores, quienes lo vilipendiaron por su generosidad.

Hoy,  aunque su forma de proceder confronta la actitud de aquellos que pretenden conservar el conocimiento  de esta materia en círculos donde sus postulados sean aceptados sin debates; la figura de Fray Juan Bermudo nos sigue inspirando a musicólogos y músicos por igual. Su obra, una piedra angular de la musicología renacentista, es estudiada por su valor técnico y por las ideas que, incluso en nuestros días, conservan frescura e innovación. Pero más allá de sus logros, su vida nos recuerda que el conocimiento, como el arte, debe pertenecer a todos. En sus propias palabras, podemos encontrar una guía para resistir las barreras del egoísmo y la envidia, entendiendo que compartir es, en última instancia, el acto más revolucionario.

En la historia de Bermudo, encontramos un reflejo de nuestra propia lucha. Al igual que él, enfrentamos los desafíos de difundir un conocimiento que, en ocasiones, otros preferirían mantener oculto. Pero, como el fraile nos enseñó, las ciencias y las artes son manantiales que nunca se secan, y cada gota que compartimos enriquece el caudal colectivo.

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